sábado, julio 29, 2006

La igualdad de género olvidada en el proceso de reforma de la ONU

La igualdad de género olvidada en el proceso de reforma de la ONU

Discurso pronunciado en la conferencia de la Universidad de Harvard sobre Reforma de la ONU y Derechos Humanos

Stephen Lewis

Enviado Especial de la ONU para el VIH/SIDA en África

25 de febrero de 2006

Hasta hace apenas diez días, no estaba para nada seguro de lo que quería decir en este discurso a la hora del almuerzo. Luego, el 16 de febrero, las Naciones Unidas anunciaron el nombramiento de un nuevo Panel de Alto Nivel sobre la Coherencia Inter-Sistemas de la ONU en las áreas del desarrollo, la asistencia humanitaria y el medio ambiente. Mi inseguridad rápidamente llegó a su fin.

El nombramiento del panel fue la respuesta a un mandato otorgado por los gobiernos del mundo durante la Asamblea General el pasado septiembre. En el llamado 'Documento Producto' de esa reunión, al Secretario General se lo 'invitó' a dar inicio a los trabajos necesarios para "fortalecer más aún la gestión y coordinación de las actividades operacionales de las Naciones Unidas, para que ellas puedan hacer un aporte más efectivo para el logro de los ... Objetivos para el Desarrollo del Milenio, incluyendo propuestas para ... entidades gestionadas con mayor rigurosidad en las áreas del desarrollo, la asistencia humanitaria y el medio ambiente". Bastante contundente, aunque positivamente agradable al oído, en la estética literaria de la reforma de la ONU. Y, si me permiten agregar un comentario: si alguna vez el Panel de Alto Nivel se dignara a solicitar mi opinión, me encantaría acercarle algunos pensamientos acerca del rol de alguna de las 'entidades' multilaterales.

Sin embargo, no es por esto que menciono el Panel. Menciono el Panel porque tiene quince integrantes, y de esos quince que han sido nombrados, que pudieron ser elegidos en el mundo entero, sólo tres son mujeres. Veintisiete años después de aprobada la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, ahora ratificada por 180 gobiernos; trece años después de la Conferencia Internacional de Derechos Humanos en Viena, donde acuñamos el mantra "Los derechos de las mujeres son derechos humanos"; once años después de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing, ahora reafirmada dos veces a intervalos de cinco años; casi exactamente un mes después de que por primera vez en la historia de África una mujer asumiera como presidenta electa (Ellen Johnson-Sirleaf, de Liberia); dos semanas antes de la sesión que marcará el 50mo aniversario de la Comisión sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer; y en el mismo año en el que la nueva Presidenta de Chile rompió todos los precedentes conocidos al presentar un gabinete con igualdad de género exacta, el sistema multilateral vomita un panel de alto nivel formado por quince personas que deberán analizar el nuevo diseño de todas aquellas áreas del sistema de Naciones Unidas que de manera tan significativa se ocupan de las vidas de las mujeres, y sólo tres de los integrantes de ese panel son mujeres.

Ahora, a mí me resulta obviamente difícil asumir una postura crítica: la ONU es mi segundo hogar. Y ya hace más de veinte años que amo y defiendo a la organización, por más que en ocasiones muestre sus defectos. Y seguiré siendo un patriota multilateral. Pero en el espíritu de reforma de la ONU, que es el tema central de esta conferencia, permítanme decirles que cuando leí acerca de la composición del Panel de Alto Nivel, mi instinto natural fue alzar las manos, desalentado, y decir '¿Será que alguna vez van a cambiar las cosas?'. ¿Qué hay que hacer para que el multilateralismo abrace siquiera el elemento más simple de la igualdad de género, ese elemento que se llama 'paridad'? Esto me recuerda, por asociación, a la Comisión para África nombrada el año pasado por el Primer Ministro Blair, que contaba con tres mujeres entre sus diecisiete integrantes. La parte más débil del informe de la Comisión fue, de lejos, la forma en que se ocupó (o, con mayor precisión: no logró ocuparse) de las mujeres africanas. Así sucede siempre. Una y otra vez, somos culpables de la misma insensatez. Me acuerdo de la frase de Lord Acton: "Hay otro mundo en el que expiar las culpas, pero los costos de la insensatez se pagan aquí abajo."

En el mundo entero, las mujeres están pagando aquí abajo con sus vidas por esa insensatez. Lo veo por todas partes en la pandemia del SIDA en África, que está causando una masacre entre las mujeres que no tiene paralelo en la historia moderna. Lo que es más: en presencia del SIDA, es prácticamente imposible hablar en forma plausible de derechos humanos de las mujeres ... cualquier derecho que una mujer pueda tener, cae prisionero del virus.

Y esa es sólo una de las razones por las que necesitamos una revolución en la forma en que opera la comunidad multilateral. Tres mujeres entre quince integrantes puede parecer un asunto relativamente menor, pero me atrevo a afirmar que es un síntoma de una verdad mucho más amplia: si ustedes creen, como yo lo creo, que las Naciones Unidas pueden mejorar en forma fundamental la condición humana, entonces el multilateralismo tiene que aprender que las mujeres constituyen más del cincuenta por ciento del mundo, y que simplemente no se puede seguir promoviendo, como lo hacen los Estados-nación, la clase de palabrerío que mantiene esclavizadas a las mujeres. E imaginar que las 'actividades operacionales' de la ONU se pueden reformar o siquiera refrescar si continuamos confinándolas a las viejas categorías de 'desarrollo', 'asistencia humanitaria' y 'medio ambiente', no es más que palabrerío.

Peor aún: es casi criminal creer, como parece que muchas naciones-Estados creen, que transversalizar la perspectiva de género a través de esas tres actividades operacionales llevará a una mejoría en cuanto a los derechos humanos de las mujeres. Eso nunca sucedió así; en verdad, la transversalización, con la patética ilusión de transformación que conlleva, conduce a un callejón sin salida para las mujeres. Lo que se necesita - lo he dicho antes, y lo seguiré diciendo hasta el cansancio - es una agencia de mujeres internacional, dentro de las Naciones Unidas, que haga por los mujeres lo que hace UNICEF por los niños. Es así de simple y así de directo.

Entonces, cuando las Naciones Unidas nombra un grupo de alto nivel más para lograr su reforma, no sólo la paridad de género es un elemento decisivo sino que la investigación adicional sobre las entidades de la ONU que se ocupan de las mujeres también es parte fundamental de esa reforma. Las 'actividades operacionales' y las 'entidades operacionales' se convierten entonces en 'desarrollo, asistencia humanitaria, medio ambiente Y mujeres'. Sin ánimo de ofender a nadie, quiero decir que la reforma de la ONU sin un plan separado, definitivo, para las mujeres es un engaño. No tengo idea de cómo vamos a conseguir que el multilateralismo entienda esto; no tengo idea de cómo podremos arrancar a las naciones-estados de su miasma de sexismo, pero sé, aquí y ahora, que un ejercicio de reforma de la clase que se está contemplando constituye un golpe mortal para las mujeres del mundo.

Hablar en una misma frase de la reforma de la ONU y de los derechos de las mujeres, bajo las circunstancias actuales, es algo que causa risa.

La pregunta que surge entonces es, ¿cómo hacemos para avanzar en el sentido correcto? Permítanme que lo diga con franqueza: en este momento, en términos multilaterales, las Naciones Unidas están fragmentadas sin remedio, en cuanto a cómo abordan los temas de las mujeres y de los derechos humanos de las mujeres.

El vehículo que, en la superficie, parecería encarnar mejor las esperanzas y las necesidades de las mujeres es UNIFEM, el Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer. Pero ni siquiera es una agencia: es apenas un departamento del PNUD, y tiene un presupuesto tan modesto, y un personal tan reducido que desmiente cualquier posibilidad de una agencia en gran escala. No estoy desmereciendo a UNIFEM: hace lo mejor que puede, pero tiene las manos atadas por una combinación letal de parsimonia y misoginia al interior del sistema internacional.

Luego está el FNUAP, el Fondo de Naciones Unidas para la Población que, me parece a mí, es una agencia internacional cada vez más impresionante, con un alcance cada vez mayor y un liderazgo inspirado. Y a pesar de los ataques infundados a que lo somete la administración estadounidense - que son bien conocidos por todos y todas aquí - el FNUAP continúa perseverando en cuanto a mostrarse espléndidamente indomable, haciendo un trabajo excelente sobre el terreno. El problema, entonces, son el mandato y los recursos. El FNUAP necesariamente se concentra en la salud sexual y reproductiva y aunque en el texto de su 'misión' esas prioridades aparecen ampliadas, el mandato nunca realmente se extiende a toda la gama de asuntos relativos a las mujeres. También está muy lejos de contar con los recursos necesarios para su mandato presente, ni hablar de un diseño más amplio...

Menos importancia tiene la División para el Adelanto de las Mujeres que funciona en el Secretariado y actúa, entre otras cosas, en calidad de consejera del Secretario General, pero a todos los efectos, el mundo no se hundiría en el dolor se la DAW quedara subsumida en otra agencia.

Tampoco pienso que pueda o deba pasar por alto a UNICEF. En una vasta miríada de formas, las vidas de las mujeres jóvenes y de las niñas están entremezcladas con el trabajo de la agencia mundial más importante dedicada a la infancia. Pero la tendencia inevitable es a ver a las mujeres, por encima de todo, como 'madres' y eso limita la extensa gama de otras características y roles que definen al mundo de las mujeres. UNICEF no es la respuesta, ni desearía serlo. Si vamos a tener una agencia de mujeres separada, con un financiamiento de por lo menos mil millones de dólares por año (para que pueda siquiera aproximarse a la riqueza y la influencia de otras agencias de la ONU), y un personal de varios miles de personas (UNICEF tiene más de ocho mil), entonces tenemos que comenzar todo de nuevo. Muchos suponen que a UNIFEM le gustaría resurgir como el fuerte brazo femenino de un PNUD revitalizado, en lugar de como adjunta de un FNUAP dominante. Pero me inclinaría a afirmar que necesitamos una agencia completamente nueva, con un nuevo nombre, un mandato amplio, enciclopédico, liderada por una Secretaria General Adjunta (como comentario al margen, debo decir que uno de los insultos más atroces y perversos que se le hacen a las mujeres en el universo multilateral es que la titular de UNIFEM tiene rango 'D2', apenas por encima de la gerencia intermedia, pero al mismo nivel de unos cuantos representantes de varias agencias a nivel nacional. Por otro lado, cada uno de los representantes especiales del Secretario General, que en su mayoría son hombres, ostenta un rango superior. En el lenguaje de las violaciones a los derechos humanos, esta situación constituye un ejemplo de agresión patriarcal desvergonzada)

Estamos en un período intenso de reforma de la ONU. Este es el momento en que el movimiento de mujeres, y todos quienes lo apoyan, deberían confrontar a cada miembro de la comunidad internacional, y hacer trabajo de cabildeo con tenacidad incansable. Las recomendaciones de este grupo de alto nivel recién nombrado están pensadas para influir sobre las decisiones del próximo Secretario General y de los Estados miembros. Debemos encontrar un paladín regional en cada una de las principales regiones del mundo, y hacer que ese país lleve la bandera de los derechos de las mujeres, haciendo un llamado a una sociedad civil apasionada para que lo apoye. Habrá una aversión natural a la creación de nuevas entidades, pero no se puede permitir que los instintos pavlovianos se conviertan en un obstáculo. No sólo estamos luchando por los derechos humanos de las mujeres: estamos luchando por las vidas de las mujeres.

Y así es como me gustaría concluir esta argumentación. Lo que voy a decir ahora no le va a caer bien a algunos, pero mis opiniones están teñidas por los casi cinco años que llevo observando la marcha brutal de la pandemia del SIDA por el continente africano.

Estoy convencido de que la vulnerabilidad asombrosa, desproporcionada, de las mujeres frente al VIH/SIDA podría haberse reducido de manera dramática si el sistema multilateral tuviera una agencia que saliera en defensa de lo que beneficia a las mujeres. En algún momento, la historia va a exigir una explicación por el sopor que paralizó a la comunidad internacional mientras las mujeres estaban siendo diezmadas, y siguen siendo diezmadas, en cifras que lograrían anestesiar a una mente como la de Einstein.

¿Cómo podremos alguna vez explicar el hecho de que los salones de las funerarias y los cementerios de África estén llenos de cuerpos de mujeres jóvenes, de 18, 19, veintitantos, treinta y tantos años? Acabo de regresar de Suazilandia; en la última muestra representativa de clínicas pre-natales, más del 56 por ciento de las mujeres de entre 25 y 29 años están infectadas. ¿No es eso un Armagedón? ¿Cómo podremos alguna vez explicar el hecho de que menos del diez por ciento de las mujeres embarazadas en África tengan acceso a prevenir la transmisión madre-hijo en el año 2006? ¿Cómo podremos alguna vez explicar el hecho de que menos del diez por ciento de las mujeres africanas conozcan su estatus frente al SIDA en el año 2006? ¿Cómo podremos alguna vez explicar el hecho de que las abuelas, envejecidas, empobrecidas y debilitadas se hayan convertido en el último recurso con que cuentan las huérfanas y los huérfanos en 2006? ¿Cómo podremos alguna vez explicar el hecho de que las niñas en muchos de los países con alta prevalencia todavía no cuenten con conocimientos acerca de cómo se transmite el virus? ¿Cómo podremos alguna vez explicar el hecho de que las leyes contra la violencia sexual y la violación en el matrimonio, y las leyes que dan cuerpo a los derechos a la propiedad y a la herencia, todavía no formen parte del tejido legislativo de muchos países que están en el epicentro de la pandemia en 2006? ¿Cómo podremos alguna vez explicar el hecho de que tantos instrumentos internacionales de derechos humanos, desde el protocolo africano por los derechos de las mujeres hasta la Convención para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, hayan sido ratificados por la mayoría de los Estados africanos, sólo para ser incumplidos? ¿Cómo podremos alguna vez explicar el hecho de que las mujeres de África lleven el continente sobre sus espaldas, y se tambaleen bajo la carga que representa el cuidado, sin que nadie las reconozca ni las recompense por ello, mientras el mundo las sigue mirando con ojos de vidrio? ¿Cómo podremos alguna vez explicar el hecho de que de ninguna manera África llegará a alcanzar los Objetivos para el Desarrollo del Milenio, seis de los cuales se ocupan explícitamente de las mujeres, para el año 2015?

Estoy cansado de despotricar en el vacío. Necesitamos, necesitamos ahora, necesitamos desesperadamente, un movimiento masivo en apoyo a los derechos de las mujeres, cuyo logro culminante será la creación de una agencia de mujeres internacional y multilateral. Por un mero accidente de oportunidad, el nombramiento del Panel de Alto Nivel nos da un punto de entrada perfecto. Si el Panel, por más desequilibrio masculino que tenga, por más resistentes que sean los cerebros de sus integrantes, abordara el tema de las mujeres como cuarto marco de referencia, y produjera, por primera vez en los 61 años de historia de las Naciones Unidas, una recomendación que les diera a las mujeres un vehículo organizacional para cambiar y desafiar al mundo, entonces tendríamos el gran paso adelante que le daría voz, aire y nervio al significado de 'igualdad'.

Las agencias del sistema de la ONU tienen la capacidad de cambiar el mundo. Fíjense en UNICEF en la década de 1980 cuando llevó adelante la Revolución por la Supervivencia Infantil; fíjense en la OMS que en estos últimos dos años dio inicio a tratamientos antirretrovirales que van a prolongar millones de vidas; fíjense en el Programa Mundial de Alimentos hoy, que está expandiendo su mando para llegar a un número aún mayor de los desenraizados y desheredados de la tierra.

Una agencia para las mujeres que sea verdaderamente internacional, multilateral, puede hacer eso mismo. Hay un número infinito de estudios que muestran que hacer realidad los derechos humanos de las mujeres lleva, en forma irresistible, a que mejore la condición humana sin distinción de raza, sexo, lenguaje o religión. Dios sabe que eso es lo que el mundo necesita. Por eso resulta triste que en su informe ante la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, cuyas reuniones comenzarán dentro de dos días, el Secretario General se vea obligado a señalar que "en ningún país del mundo se ha alcanzado la plena igualdad de jure y de facto para las mujeres."

Estamos en 2006. Vaya comentario sobre la hegemonía masculina...

En el New York Times del jueves pasado, 23 de febrero, había en primera página una nota de Michael Wines, que describía el éxodo de cientos de refugiadas y refugiados de un campamento en Zambia. Buscaban comida. Una vez más, la comunidad mundial había fracasado en cuanto a brindar los recursos necesarios para alimentar a quienes tienen hambre. Era una historia llena de dolor. Inevitablemente, en esas situaciones, la mayoría de las personas adultas afectadas por la situación de refugiadas son mujeres.

Necesitan una voz nueva y poderosa. Necesitan una defensora que nunca le permita al mundo olvidarse del dolor que él mismo contribuye a perpetuar.

Necesitan una agencia de mujeres.

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